lunes, 29 de septiembre de 2008

El último viaje

La madera crujía con cada movimiento del misterioso navegante, que de lado a lado, con grandes remadas, hacía caminar al alargado bote de madera a través del oscuro y triste mar que parecía no tener fin. El remero era algo fornido y de siniestro aspecto, llevaba una enmarañada barba y una maltrecha túnica, ajustada por un cinturón del cual colgaba una bolsita llena de monedas.
Los pasajeros de aquella embarcación iban sentados de a tres en los asientos de tablón e iban hablando todos en diferentes idiomas y dialectos causando un gran alboroto, tal como alguna vez sucediera en cierta monumental torre. Un moreno de alta estatura, en la parte delantera de la nave, trataba de hacerse entender mediante gestos y un complicado francés. Pero poco y nada entendían el chileno y el mexicano que se sentaban a su lado. Estos parloteaban con su español lleno de modismos y con el acento característico de su tierra sin hacerle mucho caso. Un poco más atrás estaban una pareja de peruanos que intentaban sosegar el llanto de su pequeña hija. –“Ya mija, cálmese, si ya pasó, aquí está su papito… ya no pasa nada”- decía el atento padre. Asimismo llenaban el bote otro puñado de hombres, mujeres y niños de varias edades, todos de diferentes orígenes, tratándose de explicar que sucedía, donde estaban y quién era aquel desconocido marinero, que calladamente remaba en la popa del bote, sin responder los alegatos y preguntas de la desesperada y confundida gente.
Con el correr del tiempo la gente se resignó a callar y dejaron de hacerle preguntas al mudo barquero. Este siguió remando sin emitir palabra alguna y un silencio sepulcral se apoderó de esa fría y lóbrega escena.
Se respiraba un tenso ambiente entre la variada tripulación, la mayoría de las personas permanecían calladas en su sitio, pensando hacia sus adentros, recordando alguna cosa feliz o quizás buscando una respuesta que les calmara. Los que habían encontrado alguien con quien intercambiar palabras, lo hacían en voz baja, para evitar cortar el sigilo con que estaban todos. El chileno y el mexicano, que por el idioma y otras cosas en común, se habían amigado bastante, comenzaron a conversar con un volumen un poco más alto -“Yo cuando me baje de aquí, agarro mis cosas y me voy pa’ Europa, mi hermana está ahí viviendo en una casa enorme, tiene de todo…le va súper bien”-comentaba el chileno con cierto aire de superioridad. El mexicano riendo le dijo-“No mames guey, mejor vente a Texas, yo tengo un departamento… es chiquito y estamos un tanto llenos, pero estamos perfectos…es fácil, consigues un trabajo…juntas un poco de lana, te consigues una gringa por ahí…”-Interrumpió al mexicano, la señora peruana de atrás, ya cansada de aquel silencio reinante, y tímidamente dijo -“Disculpen caballeros, ¿Estamos llegando a Santiago?”-“No señora si no tenemos na’ mar en la capital, yo creo que estamo’ en algún lugar del sur de mi país”- comentó el chileno. Escuchaba atentamente unos cuantos asientos más atrás un hombre argentino de ya avanzada edad, que gritó con lo que le dio su fuerza –“¡Che!, estamos en el Río de La Plata, yo reconozco mi tierra”–“¡Imposible!”- le replicaron el chileno, el mexicano y la mujer peruana al unísono. –“No sabis na’ tatita si es obvio que estamos en algún lago o mar del sur de Chile, he estado miles de veces allí, lo reconocería al toque, si hasta hace el mismo frío”- agregó el chileno con la altivez que lo caracterizaba. El argentino, molesto, acometió de nuevo y la tranquila conversación se torno en una gran discusión que llamó la atención de los demás tripulantes. El moreno, aburrido de pasar inadvertido en aquel acalorado diálogo, se paró y comenzó a hablar tan fuerte en su extraño francés que los que se encontraban discutiendo callaron. A este alegato se le sumaron otros tantos en chino mandarín, swahili, noruego, alemán, y cuantos idiomas habitaban aquel bote.
El griterío se torno insoportable, la niñita peruana volvió a estallar en llanto, el moreno, que al parecer provenía de Senegal, descontrolado le dio un puñetazo al chileno que deseaba callarlo, y este cayó de bruces en el húmedo piso de madera de la embarcación. El mexicano y el señor peruano le saltaron encima al desbocado africano intentando calmarlo. Mientras tanto, otros dos señores que se encontraban por ahí, viendo que el senegalés estaba en desventaja, salieron en su defensa y sucesivamente todos comenzaron a tomar partido en la pelea. En la parte de atrás del bote, un señor con turbante lanzaba manotazos a otro que por ahí se hallaba, mientras dos jóvenes de habla inglesa le intentaban apaciguar. Cerca de ahí, dos señoras se tironeaban de los pelos mientras chillaban improperios a diestra y siniestra, mientras una anciana, entre sollozos, con una especie de rosario repetía mecánicamente unas oraciones que se perdían entre llantos y gritos. En fin, se armó una inmensa batahola, que seguramente hubiera volteado la vieja barca, de no ser por un gran grito que dio el navegante, que hasta ese momento no había abierto la boca. –“¡¡¡BASTA!!!”- dijo en una extraña lengua, que extrañamente fue entendida por todos y cada uno de los tripulantes. Estos, asombrados por el poder de aquella voz, dejaron de pelear y volvieron a sentarse en sus respectivos asientos tranquilamente, mirando con atención al que había gritado. –“¡Ya basta! ¡Se callan todos! ¡No sigan peleando y discutiendo estupideces!... esto no es ni el Mar Pérsico, ni el Amazonas… ¡Ni ningún lugar que ustedes conozcan!”- y calló. Aprovechando el silencio que produjo su gruñido, volvió a tomar la palabra y señaló, ya en un tono más pacífico –“Aquí termina su viaje… allá, en esa orilla bajarán”- agregó apuntando con el dedo. –“Luego siga cada uno el camino que pueda… Los estarán esperando –“¡La Migra!”- gritó el mexicano desesperado. Sin embargo, el remero le corrigió diciendo –“No… su nombre no lo sé… Yo solo cumplo con mi trabajo… dentro de poco bajaran y una moneda de plata les costara mi servicio, revisen sus bolsillos”-. Los tripulantes instantáneamente le hicieron caso y palpando en sus ropas encontraron sus monedas –“¿No será mucho una moneda de plata?– alegó refunfuñando un señor de gruesa contextura mientras se arreglaba su kippah. –“Ni cagando pago”- amenazó el chileno limpiándose con la manga del chaleco la sangre que brotaba de su labio –“¿Y el pasaporte?”- preguntó uno de rasgos orientales que se encontraba por ahí. Lloraba desconsolada una señora –“¿Pero cómo? ¡Esto es una pesadilla! ¡No quiero estar aquí!, ¡Despiértenme!”- “Lo siento señora, no hay vuelta atrás”- dijo el marinero intentando calmarla. Después, dirigiéndose a todos, gritó con el vozarrón que lo caracterizaba –“¡Atentos todos, que ya estamos llegando! ¡Prepárense para descender!”-.
Así desembarcaron en una playa de oscura tierra, donde se veía un camino angosto que subía por un monte. Por allí caminó aquel grupo, hasta que se perdieron en el horizonte…

lunes, 15 de septiembre de 2008

"Tengo una orquesta en mi cabeza".

Aqui va un trailer de una gran pelicula chilena llamada "Fuga", la cual inspiró al nombre de este blog.
OJO: vean el minuto 2:07 de este video para más información