sábado, 21 de febrero de 2009

De como conocí a Nadie

Había salido ya de clases… llegaba el verano y se me venían a la mente las playas, la arena blanca, el mar, las mujeres bronceándose con el sol de la tarde, en fin, los clichés de siempre. Lamentablemente no encontré mejor cosa que hacer que tomarme unos cuantos, varios días de descanso en la sofocante capital en pleno enero.
Uno de aquellos días, figuraba yo sin polera, en shorts, atornillado al sillón, con la pereza y el ocio de hermanos del alma hasta que decidí ejercitar la mano, como buen escritor que me creo, para ver si salía alguna cosa interesante…
Después de mucho rascarme la cabeza, tamborilear en la mesa de vidrio, contemplar asombrado a las musas de mi pieza y hacer cuanta asquerosidad hace uno en esos ratos de flojera pensante, se me ocurrió escribir una carta destinada a nadie…

Estimado Nadie:
Le escribo estas líneas, no con el afán de molestar, sino para, quizás, con el debido respeto, intercambiar ideas, anécdotas, chistes o lo que usted crea que sea conveniente, para así poder, en un futuro cercano, conocernos y, en una de esas, entablar una amistad.
La cosa es que hoy en día, con estos calores agobiantes de enero, necesito salir un rato; la soledad de la televisión y la dieta de los libros ya no me convencen. Es por esto que me estoy contactando con usted, buscando más que nada compañía, un amigo para tomar unas cervezas heladas, reírme un rato o algo por el estilo.
Sin excederme más, creo que he dejado claras mis intenciones. Así que le deseo lo mejor y ruego tome en serio esta carta.

Saludos y suerte, le desea
C.

Una vez hube terminado mi encomienda, con sobre y estampilla en mano, me animé a enviar la carta por el correo local. Quizá solo para salir de mi casa y caminar un rato o quizá sólo me deje llevar por esa locura que a más de alguno le nace de repente.
Pasaron días y semanas de calores infernales, repeticiones de programas, películas del Blockbuster, páginas con letras, una que otra salida por ahí con los mismos de siempre, pasteles de choclo, porotos granados, en síntesis… un enero cualquiera. La cosa es que una tarde me encontraba viendo uno de los tantos especiales de Los Simpsons, cuando sonó el teléfono un par de cien veces. Cuando me di cuenta que nadie más iba a atender, me despegué del sillón y contesté:

-¿Aló?
- Sí, Hola, ¿Se encuentra C.?
- Sí, con él… ¿Quién es?
- ¡Hola! Soy Nadie, recibí tu carta… y como no soy muy bueno pa’ eso de escribir preferí buscar tu numero en la guía telefónica y llamarte.
- ¿Qué?... A si mi carta…

Para no alargar de más este relato, me veo obligado a resumir una conversación telefónica históricamente larga, que duró alrededor de media hora y terminó en lo siguiente:

- Si obvio, me encantaría… yo llevo las cervezas… ¡Ah! ¿Puedo invitar más gente?
- Pero claro… Estaría re bueno… Pero pensaba que no tenías muchos amigos…o al menos eso decía tu carta
- Bueno es que… tú sabes, en una de esas… Ya entonces mañana a las cinco… perfecto…nos vemos allá… Adiós, suerte.
- Adiós, nos vemos…
Y colgué.
Pasaba mi hermano que andaba por ahí y me preguntó:
-¿Con quién hablabai tanto rato? ¿Quién era?
Y sin pensarlo dos veces dije:
-Con Nadie.
Y volví, como estrella de mar, a adherirme al cómodo sillón en frente del televisor.