martes, 6 de febrero de 2024

Descanse en paz presidente: Piñera, un hábil político y un pésimo delantero




Me daba vergüenza reconocer que trabajaba con Sebastián Piñera en su momento. Me consideraba una persona más cercana a la centroizquierda políticamente hablando y la fama que traía el personaje no era la mejor, a pesar de que lideró un gobierno bastante exitoso en muchos ámbitos. Hoy, a pocas horas de su fallecimiento, no puedo evitar homenajearle o, al menos, desahogar mi conmoción por el suceso.

Corría julio de 2017, estaba recién casado, no tenía pega y claramente necesitaba remediarlo. Fue en ese contexto que me llaman las capas Josefa Solar y María Teresa Nielsen de la agencia de comunicaciones Solar & Nielsen para ofrecerme un trabajo que me cambiaría la vida para siempre: tenía que sumarme de urgencia -creo que dos días después de la entrevista- como periodista al área digital de la campaña presidencial de Sebastián Piñera. Acepté.

Después de cinco meses de locos, trabajando 24/7, recorriendo cientos de lugares para cada pauta, el señor ganó, ganamos, una carrera presidencial que parecía muy fácil, pero que finalmente no lo fue tanto.

Gracias a ese triunfo se me abrieron muchas puertas. Además, creo que la experiencia me curtió muchísimo como profesional y me permitió dar un gran salto laboral que hoy agradezco.

Al final, me tocó mirar desde la misma vereda, pero en otra trinchera su último gobierno. Si bien en varias cosas estuve en desacuerdo y lo critiqué mucho, debo reconocerle que fue un hábil político que supo sacar adelante el país tras un terremoto, un estallido social y una pandemia.

También creo que fue un excelente gestor, gran empresario, una persona que tiraba pésimas tallas y un durísimo escollo en cada reunión (era extremadamente quisquilloso con cada detalle y se requería muchísima rigurosidad en todo lo que se le presentaba). Y por sobre todo uno de los más horribles futbolistas que haya enfrentado.

Se jugaba un partido de futbolito para cerrar la Primera Vuelta de la campaña presidencial. Por un lado, estaba el equipo rojo capitaneado por SP, como le llamábamos al jefe en el comando, y junto a él varias exfiguras del futbol nacional. Destacaban Hugo Rubio, Nelson Tapia, Juvenal Olmos, Coca Mendoza, Leonel Herrera (en la foto), entre otros ídolos de antaño.

Por el otro lado estaba el equipo blanco compuesto por una mezcla de colaboradores del comando de campaña y políticos de derecha que aprovecharon la pauta para figurar en sus respectivas agendas.

Yo era uno de los más jóvenes del equipo blanco y en las pichangas recreativas que jugábamos cada semana los hombres del comando contra los carabineros y escoltas de SP había sido bien valorado por mis pares. Dado lo anterior, debía jugar todo el partido y “meterle con todo”, como me dijo mi jefe directo, en ese entonces cabeza del área de comunicaciones de Sebastián Piñera. “Ganemos esta hueá”, añadió antes de comenzar. Obviamente la motivación de enfrentar a varios integrantes del Colo-Colo campeón de la Libertadores 91’ entre otras leyendas, también era un tremendo aliciente.

El partido en sí fue todo un espectáculo para que el presidente fuera la figura, pero no se lo hicimos fácil. Nadie se la hizo fácil. El orgullo deportivo fue mayor. Recuerdo una jugada en que Hugo Rubio se llevó a dos de los nuestros por la banda y sacó un centro para que Piñera conectara de cabeza ante los flashes de la prensa que había asistido a ver el partido. Era un gol cantado, pero Alberto Espina, en esos días uno de los pesos pesados de RN y un candidato fijo para formar parte del gabinete del posible futuro gobierno, se adelantó y con un milimétrico cabezazo desvío la pelota hacia el tiro de esquina. “Te quedaste sin ministerio”, le dijo medio en broma, medio en serio Piñera bastante picado después. Curiosamente, luego Espina sería el Ministro de Defensa por dos años.

Personalmente estaba bastante contento con mi actuación. Logré anotar dos buenos goles frente a Nelson Tapia, que a pesar de estar retirado hace varios años, se imponía en el minúsculo arco de esa cancha de futbolito del Parque de las Familias. También en una jugada llena de ímpetu, pero sin mala intención, llegué tarde a marcar al Coca Mendoza y le pisé el tobillo. A la jugada siguiente me devolvió el favor y después de dar un pase me hizo un cuerpo con el hombro que me sacó de la cancha. “Te la debía flaco”, me dijo. Y sí, me la debía.

La foto en cuestión, en que aparezco marcando a Sebastián Piñera, la sacó algún periodista y llegó a ser meme en las redes sociales. No recuerdo tan bien la jugada en sí. Creo que recibió frente al arco y solamente tenía que chutear para meter el gol. Corrí a trancarle y evitar esa conquista, pero claramente, si lo hacía, no solo ponía en riesgo mi trabajo, también el físico del candidato presidencial. Mal que mal, tenía casi setenta años el caballero. Me frené y lo dejé patear al arco. No recuerdo si dio en algún defensa su débil tiro o si la agarró el arquero, pero claramente “el jefe” no era un gran delantero.

Descanse en paz presidente.

viernes, 28 de agosto de 2020

La decisión de Lionel

Como casi todas las mañanas Lionel se despertó con los fuertes ladridos de Hulk. Se destapó lentamente pateando las sabanas y se puso las pantuflas de lana y cuero de cordero que le esperaban juntitas a un costado de la cama, un regaló de su “vieja querida” después de un paseo por la Patagonia. Luego se puso su bata de seda azul marino con una L y una M doradas bordadas en la espalda y con un caminar cansino cruzó su habitación para dirigirse hacia el baño principal gambeteando un montón de cojines multicolores que yacían en el suelo. Su esposa los amaba, a él nunca le convencieron.

Las pantuflas iban silbando por el piso de parqué de madera de su habitación mientras se dirigía al baño principal cuando Antonella, su esposa, con una voz ronca de sueño dijo: “Mirá en que están los chicos Lio”. Él asintió con la cabeza y después cerró la puerta del baño.

Con una precisión milimétrica apuntó el chorro de orina justo hacia el centro del WC. Mientras celebraba en su cabeza tamaña anotación, su celular comenzó a vibrar en el bolsillo de su bata. Lo sacó y este le anunciaba la llegada de cinco mensajes de WhatsApp nuevos que se sumaban a los 1032 que aún no leía. Por curiosidad vio de que se trataba y una vez que los leyó casi se cae de espaldas de la emoción. Sin quererlo orinó la taza del WC.

“Querido Lionel.”
“Tenemos que hablar”.
“Tengo un plan.”
“Imagínate volver a la gloria en Rosario contigo en la cancha.”
“Saludos, Marcelo.”

Bajó a la cocina a desayunar. En la mesa de diario figuraban Thiago, Mateo y Ciro sentados. Mateo le lanzaba unos Cheerios multicolores a su hermano mayor que sorbía de un jugo de naranja mientras miraba unos dibujos animados en una Tablet sin hacerle mucho caso. El menor de los tres, amarrado a la sillita de niños, golpeaba la mesa con unos cubiertos plásticos y manchaba con yogurt el piso de baldosa tan blanco como la nieve.

Apenas se sentó Lionel apareció Milagros, la voluptuosa empleada doméstica ecuatoriana que llevaba cerca de diez años trabajando con la familia más famosa de Barcelona. Cargaba con ambas manos una bandeja con huevos revueltos, pan tostado, fruta y el mate favorito de Lionel. Fue dejando, una a una, cada cosa sobre la mesa con la prestancia y talento de un malabarista. Después trajo un termo con agua hirviendo y se perdió por una de las puertas de la cocina para seguir con sus labores mientras sonaba un vallenato a lo lejos. “Gracias Milagros”, dijo Lionel en un tono bajo, casi inaudible, mirando fijamente su plato de huevos revueltos.

Apenas probó un pedazo de manzana y dio un par de bocados a una tostada. Tampoco le hizo mucho caso a los juegos de sus hijos que clamaban por su atención. Esos cinco mensajes lo habían desconcertado.

Desde que decidió dejar Barcelona para siempre solo había pensado en las lluvias de Manchester y en la meticulosa pizarra de Pep en un vestuario moderno y lujoso. También se imaginó abrazado a Mbappé y a Neymar cerca del banderín de un córner parisino celebrando un gol suyo. Incluso fantaseó con el Giuseppe Meazza repleto coreando su nombre justo antes de enfrentar a Cristiano Ronaldo por el título de la Serie A.

No había pensado en Rosario como una posibilidad real. Menos en volver a Rosario y compartir con el gran Marcelo. Si había algo de lo que estaba seguro era que no tenía ganas de volver a vivir en Argentina. Pero había algo en esa simple invitación que le atraía.

No pudo evitar pensar en esa eterna comparación con “El Diegote”, el D10s verdadero, el ídolo de multitudes. Esa maldita comparación que aparecía cada vez que pisaba Argentina. Recordó esas sufridas clasificatorias donde 40 millones de compatriotas se subían a su espalda esperando que los llevará a todos a la gloria. Recordó ese penal frente a los chilenos volando rápidamente hacia unas gradas norteamericanas. Recordó las palabras venenosas de los periodistas que vinieron después y volvió a sentir esos puñales en el estómago que tanto daño le hicieron. Recordó esa pesadilla que lo atormentaba de vez en cuando: un huracán de papel picado, humo acido de bengalas y bombos retumbando en la popular de un estadio inmenso, mientras una marea de sujetos con sed de sangre coreaba su nombre exigiéndole estrellas.

Pero también se acordó de las risas de los muchachos del barrio, de la camiseta negra con rojo, de él descalzo corriendo con la pelota pegada al pie, como una liebre por el bosque, esquivando barridas y toda clase de patadas. Por primera vez en días esbozó una sonrisa. Luego sacó el celular del bolsillo de su bata.

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El SUV con vidrios polarizados pasó raudo y veloz por las avenidas de Rosario. Parecía una escena sacada de una persecución policial hollywoodense. Al volante iba Beto que conocía la ciudad como la palma de su mano y sabía los mejores atajos para evitar el acoso de la prensa. Atrás iba Lionel jugando Angry Birds con su celular. Llevaba, ingenuamente, puestos los anteojos de sol para que nadie lo reconociera por las calles. Vestía shorts, alpargatas negras y su sudadera favorita. A un costado iba su bolso deportivo, el mate y el termo que iban bailando mientras Beto volaba por las calles de su ciudad natal.

Ni siquiera el más sagaz de los periodistas pudo ver por dónde salió el ídolo del aeropuerto, a pesar de que muchos estuvieron haciendo guardia afuera por varias horas. Los noticiarios deportivos llevaban semanas rellenando con ranking de goles e imágenes de archivo esperando tener la primicia. La llegada del hijo pródigo que dejó todos los millones y luces de Europa para volver al club de su infancia. Pero el astro del balón no apareció, como un fantasma salió sin que nadie lo pudiera atajar. Fue una jugada casi tan perfecta como ese gol al Getafe en 2007 ante un Camp Nou que se deshizo en aplausos.

Otro lote de los periodistas que llegaron a Rosario para cubrir la noticia del año repletaba las afueras del Estadio Marcelo Bielsa. Ni la pandemia había tenido tanta repercusión como este fichaje. Pero ellos tampoco lograron cazar a Lionel.

El presidente de Newell’s intentó bajarle las expectativas a la prensa, a los hinchas y a todo el país cada vez que lo llamaban para confirmar si era verdad que el ídolo volvía.  “No hay nada confirmado”, repetía como un loro en cada entrevista. Pero por dentro la ansiedad lo carcomía cada vez que se imaginaba la bienvenida apoteósica con un estadio repleto hasta las banderas, a su equipo liderado por este crack levantando la Copa Libertadores por primera vez y a todo el mundo del fútbol pendiente de ellos. Se cumplía la profecía: era la segunda venida. “Ya lo hizo el Diego, ahora le toca a Lio”, pensaba.

Jorge, el padre de Lionel y su representante, le había recontra jurado que su hijo estaría en Rosario ese lunes. Por eso esa tarde soleada esperaba en su oficina arreglado junto a toda la plana directiva la llegada del ídolo. Nadie se quería perder la reunión más importante de la década ¡La más importante del siglo!

A las afueras de la finca de varias hectáreas donde vivía la familia de Lionel también había una marea de reporteros con sus cámaras y sus luces esperando captar a la estrella. Ya no les quedaba nadie en kilómetros a la redonda por dar declaraciones de felicidad y esperanza por el regreso de este Mesías goleador. Pero ellos también se quedarían con las manos vacías. Al menos disfrutaron de unas facturas y café que la gentil abuela de Lionel les tenía en una mesa para hacer más amena la espera. Incluso ella se quedó “con los crespos hechos”, porque nadie probó del plato de milanesa y papas fritas que aguardaba a Lio en el comedor.

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Beto estacionó frente a una cancha de pasto que tenía unos manchones de tierra pedregosa en ambas áreas y en el círculo central. Los arcos no tenían redes y las líneas de cal pedían a gritos una repasada.

Cuando Lionel bajó del auto negro reluciente, cuatro tipos esperaban en una de las áreas un centro que iba a patear un tipo cuarentón con una incipiente calvicie y con varios asados de más en el cuerpo. El arquero era un flaco que recién había cumplido dieciséis y que había llegado a parchar en uno de los equipos con la promesa de jugar junto al crack. En las dos graderías de madera desvencijadas que descansaban a un costado de la cancha estaba otro lote de personas cambiándose y preparándose para el partido.

Ahí estaba Marcelo que apuraba un cigarro mientras conversaba con el Enano, un nueve de área de un metro noventa y tres, cuando vio a Lionel acercarse a saludar al grupo tímidamente con su bolso al hombro. “Se fue a los trece años, pero en el fondo sigue siendo igual que cuando era un pibe”, pensó. Apagó la colilla en el suelo, se puso de pie y luego pegó un fuerte chiflido seguido de un grito seco: “¡Ya muchachos! ¡Acérquense para armar los equipos!”

 

 

martes, 14 de agosto de 2018

Instrucciones para mi funeral


El año 2013 hice un Magister de Periodismo en la PUC y el diario El Mercurio. Uno de los talleres de aquel curso lo impartió la famosa escritora y periodista argentina Leila Guerriero. Ella nos pidió como tarea hacer un texto corto que tuviera las instrucciones para nuestro futuro funeral. Me pareció un gran ejercicio porque te hacía reflexionar acerca de tu vida y como impacta en las demás personas. También te hacía darte cuenta del egoísmo del ser humano al tratar de seguir presente en el mundo dando ordenes incluso una vez fuera de este. Esto fue lo que escribí en ese entonces:

INSTRUCCIONES PARA MI FUNERAL

Mi primera petición se repite en los estadios de fútbol cada fin de semana: “Cuando me muera/ yo quiero que mi cajón/ sea azul y blanco/ como mi corazón”.  Si no encuentran uno con esos colores al menos que le pongan una bandera de la Católica encima al ataúd.

Ojalá lean máximo tres discursos durante el funeral y que sean breves. Si son lecturas de textos no podrán tener más de una página de extensión. Poemas, crónicas, chistes, anécdotas o canciones. Lean lo que quieran.

Si hay música ojalá pongan una de los Ramones. “Pet Sematary” me parece una atinada elección, la letra calza con la situación. A mis hijos, si es que tuviese para el día de mi muerte, les digo que poner un cliché como “Mi Viejo” de Piero, me parece una gran idea. Me gustan esos lugares comunes y la canción me emociona. 

No digan que fui un santo. Destaquen mis defectos y no sólo mis cualidades. Bromeen con mis manías y cuenten alguna situación vergonzosa por la que pasé.

Si muero en verano no permitan que las personas vistan formal ni de negro. No es necesario que sufran de calor por una tradición banal. Si llueve compartan los paraguas.

Coco, 2013


martes, 16 de octubre de 2012

¿O es muy tonto lo que estoy diciendo?

16- 10- 2012

 Primero intentaré desenredar una madeja de argumentos en un estilo periodístico argumentativo, buscando, aunque sea, una pisca de objetividad que exponga mi versión sobre lo que se debió hacer en el segundo tiempo del partido que perdió la Selección Chilena la noche de hoy ante Argentina. Alrededor de los 60’ ingresa Eduardo Vargas por Sebastián Pinto, buscándose al parecer la velocidad y buena colocación del hoy delantero del Napoli por sobre la referencia de área del jugador del Bursaspor turco. 
A mi parecer se debió apostar por Vargas pero entrando por la izquierda para profundizar aún más por la banda donde Mark Gonzales aportaba con el ida y vuelta para ayudar en defensa pero que no lograba ser punzante en los metros finales. Es decir, tener a Eduardo Vargas y Alexis Sánchez acompañados ambos dos por sus laterales (Beausejour e Isla respectivamente) machacando por la banda y buscando un nueve de área como es Pinto. Esto además permitiría mayor espacio para Fernández en la mitad, ya que el 14, hoy capitán del equipo, debió luchar en demasía entremedio de una línea de contención y defensa que lo asfixió durante casi todo el partido. Con este mayor volumen ofensivo, a mi parecer, se pudo haber vulnerado la resistencia albiceleste y así, descontar el 2 a 0 en contra. 


 En segundo lugar me lamento como un hincha enfrente del televisor, con unos cuantos tragos encima, al ver la poca fortuna o mala puntería, tal vez, del ataque chileno. Mirando el vaso medio lleno, se llegó, sí, pero se desperdician oportunidades claras de gol que, de ser aprovechadas, ratificarían el buen nivel, tanto individual como colectivo, que posee “La roja de todos”. Odio tener que tragarme, como lo hemos hecho casi siempre -Ojo con la tercera persona, perdimos todos, ¿Somos uno hincha y equipo o no?- una derrota que incluso pudo ser victoria histórica como la vez de Orellana –yo te llamaba para hacerlo tradición Fabián- y que termino siendo un “casi”. Un 2 a 1 conseguido al final. Respetuoso, por el trámite del partido, pero tarde para ilusionarse con un empate. Pero, en fin, no son más que las rabietas de un hincha mal genio con anhelos periodísticos. Al menos, permítaseme un desahogo que limpie telarañas y polvo del oficio de escribir que me gustaría hacer más constante. 

 Vamos todavía. 

 Coco, 2012.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Jack

Yo no soy celoso, pero una infidelidad no la puedo perdonar. Llevábamos tres meses juntos. Ella le encantaba ver películas, yo en cambio siempre he sido un amante del deporte al aire libre. Un día después de una fiesta fuimos en mi auto a un mirador cerca de su casa. Recorrí lentamente su cuello con mis labios. Ella me abrazó con fuerza. Al final, su mano dejo una huella en el vidrio empañado y me susurro al oído: "Te amo Jack". Terminamos al día siguiente, nunca perdonaría una infidelidad.

martes, 6 de marzo de 2012

Pateando la perra

Para el que probó el vicio más popular del mundo


Te perdiste ese almuerzo con la familia de ella, la fiesta del primo y cuanto cumpleaños te invitaron.

Exprimiste hasta ese último pedazo de carne que te ofrecían los dedos.

Puteaste a todas las madres del árbol genealógico, hasta la más vieja raíz, del ladrón y sus dos banderilleros.

Vomitaste laringe, esófago y pulmón alentando a los tuyos.

Sí, ibas corriendo al lado del volante para sacar el centro, barriste desde atrás con el central y chuteaste abrazado al delantero.

Pero mascaste un empate al último minuto, te tragaste un gol anulado y te vacunaron cuando la gloria estaba tan cerca.

Nos vemos el próximo domingo.


Coco, 2012

jueves, 5 de enero de 2012

Procesos y descargos

¿Dónde dice: Se busca poeta, buena remuneración?
El lado oscuro del corazón, Eliseo Subiela (1992)




Una araña tigre de patas flacas y peludas. Con el cuerpo manchado y pequeño. Crea telas invisibles que se pegan en las murallas, en los rincones polvorientos donde pueda atrapar a esas moscas casi invisibles o esas arañas menores, bastante ágiles y venenosas pero de poca astucia, que le sirven de alimento. Así también, rayo cuadernos y papeles con garabatos ilegibles. Los traduzco, para después traspasarlos a esa oscura máquina en forma de L y pantalla luminosa, ese genio inválido que debo enchufar a la red eléctrica para que no se desmaye. Ahí serán parte de una colección de documentos ordenados alfabéticamente, una mazamorra de letras y códigos altamente configurados que uso como carnada. Después, estas carnadas las amarro en anzuelos y redes sociales de nylon que dejo flotar libremente en las densas aguas del internet. Finalmente espero a que algún pececillo muerda esos señuelos y caiga en la trampa para que yo pueda alimentar mi hambriento ego.

Sucede también, es muy posible, un riesgo que elegí correr, que se pierdan entre las infinitas corrientes de mensajes, hundiéndose hasta tocar un fondo tan lúgubre y lóbrego, que ni el más submarino de los buscadores podrá encontrar.

Mi consuelo es ser como ese viejo salao y lanzarme al mar por no se cuantos días, tostarme el mate con el calor del sol y un letárgico aburrimiento, para no pescar más que una historia que contarle a algún muchacho soñador que siga la misma senda.


Coco,2012.