sábado, 21 de mayo de 2011

Sin título.

“Me levanté hasta los huevos de vivir”
Amor castúo, Extremoduro

Me llamó a las 11:11. Me sorprendió la cantidad de unos que aparecieron en el reloj despertador digital del velador mientras clamaba y vibraba el celular. Mi mujer dormida gruñó un par de frases ininteligibles que me hicieron reaccionar y contesté el molesto aparato que no dejaba de llamar la atención. “¿Cómo está mi compadre? Véngase al tiro pa’ mi casa, le tengo una sorpresa…”
No fue tan convincente ni menos una invitación muy tentadora pero extrañamente patee las sabanas que me cubrían y caminé a paso lento hacia el baño para completar el rito de despertarse. Me duché, afeité y vestí mientras mi esposa giraba entre las sabanas con la camisa de dormir blanca de seda que le regalé hace algunos años para nuestro aniversario. “¿A dónde vai?” Preguntó con los ojos a medio abrir justo cuando yo me ponía el abrigo y guardaba los cigarros, billetera, llaves y todo ese atado de elementos imprescindibles que los hombres debemos guardar en los bolsillos. Me le acerqué, la bese en la mejilla con fuerza y le dije al oído “Voy a almorzar con el Damián”, luego la arropé con las sabanas. Fui a la cocina, me preparé un café con leche y dos tostadas con mantequilla y salí del departamento cerrando la puerta despacio para no despertar ni a mi mujer ni a mis dos hijas que, al parecer, también dormían plácidamente aquella fría mañana de otoño.



Bajé corriendo por las escaleras los tres pisos del edificio, casi atropellando a una señora de edad que subía con tres bolsas de supermercado. Hace un par de semanas que el ascensor estaba dañado. Pago una buena cantidad de pesos por los gastos comunes del edificio, ubicado en un cómodo y seguro lugar de Las Condes, sin embargo la administración del edificio no es capaz de llamar a alguien para que arregle el motor que facilita la vida a las personas que no quieren subir ni bajar las miles de escaleras de la torre de ladrillo en la que vivo.
Encendí el auto y un cigarro. En la radio “Pirincho” Cárcamo anunciaba Back in black de AC/DC. Baje la ventana del auto girando la manilla y me ajusté el cinturón de seguridad. Damián vivía cerca de Américo Vespucio en un departamento que era el doble de grande que el mío. Tenía un hijo cursando el quinto año de colegio, como mi hija mayor, y una señora a la que todas las mujeres, sobre todo la mía, amaban por su simpatía y a la que la gran mayoría de los hombres soñaba con tirarse por los grandes y redondos pechos, fabricados por algún orfebre, que solía lucir con sendos escotes. Éramos amigos desde el colegio, estudiamos juntos en la universidad, vivíamos bastante cerca e incluso los dos trabajábamos en el centro en calle Huérfanos por lo que nos veíamos con bastante frecuencia ya sea los fines de semana o para almorzar en los días laborales.
Estacioné a una cuadra del edificio de mi amigo en la calle Espoz. Al bajar los escalones de hormigón que me llevaban a las dos enormes puertas de vidrio del lugar noté que Damián me esperaba sentado en una de las tres sillas que había enfrente de la recepción donde trabajaría el conserje o guardia del condominio que esa mañana no estaba. “Compadrito” me gritó con mucha efusividad mi viejo amigo apenas crucé el umbral de las puertas. Se paró y me dio un apretado abrazo.
Lucía espantoso, andaba con una camiseta blanca ensangrentada, un pantalón de traje y pantuflas. El pelo que normalmente llevaba peinado a la gomina hacia un lado lo tenía revuelto y parado. Una insipiente barba colorina insinuaba que no se afeitaba hace un par de días y tenía unas ojeras que casi le llegaban hasta las mejillas. Siempre fue un tipo de tez muy blanca pero esa mañana estaba al borde de la transparencia, palidísimo, como un enfermo terminal. Para más remate, apenas se me acercó noté que apestaba a trago. Luego, comprobé mi teoría al observar una botella hasta la mitad de whisky Ballantines que estaba al lado de una de las sillas.
Lo interrogué para saber que le pasaba, si lo había dejado su señora o si había tenido un accidente porque no me explicaba como un tipo tan ordenado, limpio y de buena pinta podía estar de semejante forma y más encima en la entrada de su departamento ¡Qué diría la gente si lo viera!
“Nada… está todo bien. La Andrea y el Pablito duermen plácidamente… juntitos los dejé…” Me contestó con una voz angelical con erres arrastradas como suelen hacerlo los ebrios.
Después, casi a la fuerza, me invitó a dar un paseo “por el barrio que está tan lindo con las hojas caídas y todo…”
“Pero como vai a salir en esa pinta pos huevón, vamos pa’ arriba a tu casa y nos sentamos a conversar” le dije pero como andaba pasado de copas, alterado y era un tipo mucho más grande que yo, me arrastro a la vereda y enfilamos hacia Américo Vespucio rumbo al sur.
Me contó un montón de cosas del trabajo, de que el Banco andaba muy bien, que quizá lo iban a ascender, después me dijo que la Andreíta estaba esperando guagua, que el Pablito jugaba a la pelota y no sé qué. Yo callado, sólo asentía y miraba los autos pasar por la calle o miraba para el parque en el medio de la avenida donde pasaban trotadores y gente en bicicleta. Estaba asustado, no sabía qué hacer.
Después vino lo peor. Un señor ya de edad iba paseando a su perro, uno de esos schnauzer bien chicos, por la misma vereda que nosotros solo que en dirección contraria. Apenas pasó por nuestro lado, Damián patea al perro en la guata y este quedó tirado aullando en el suelo. El señor comenzó a gritarle a mi amigo y le lanzaba golpes, mientras yo intentaba calmar la situación y el perro asustado tiritaba. Damián, con mucha fuerza, le rompió la botella de whisky en la cabeza al señor que cayó desplomado en el suelo manchando la acera con sangre y el perro salió corriendo calle arriba.
“Déjalo ahí al viejo de mierda ese, sigamos caminando… perdí un buen whisky por su culpa” me vociferó Damián mientras yo intentaba auxiliar al viejo. Y nuevamente, me agarró de la manga de mi abrigo y me forzó a seguirlo.
No alcanzamos a caminar un minuto cuando paró un auto de carabineros a unos pocos metros en la calle. Se bajaron dos oficiales que nos gritaron que nos detuviéramos. Justo en ese instante Damián saca una pistola que llevaba en la cintura, por la espalda, tapada por la camiseta. No dudó un segundo y le disparó en plena cara al primer carabinero que cayó fulminado al instante. El segundo no alcanzó a reaccionar cuando una bala le impactó en el pecho y también quedó tirado en la calle. Los autos frenaban al ver la carnicería que provocó Damián y la gente gritaba cosas que en ese momento no entendía
“¡¡Qué hiciste hueón!!” le chillé a mi amigo, y fue ahí cuando este puso una cara muy rara. Tenía una sonrisa espeluznante, que iba creciendo poco a poco. Luego, me apuntó a mí y yo quede helado. “Por favor no lo hagai, yo soy tu amigo” dije y este se rió.
Después, lentamente, se llevó el arma a su boca…

1 comentario:

Ismailovich dijo...

Maestro... hay veces que no hay nada mejor que no saber las razones... da paso a la imaginación