martes, 13 de abril de 2010

Ella y Él

Apagó el cigarro en el improvisado cenicero; una lata de cerveza vacía. Ella, a su vez, lanzó la colilla por la ventana del auto y luego girando la manilla fue subiendo la ventana hasta cerrarla completamente. Él miraba al techo y pensaba en el amor, en contarle a sus amigos y en como volver a su casa. Ella observándolo tan callado preguntó:
-¿Qué te pasa?-
-Nada- respondió este tímidamente- pienso no más…
-¿En qué?- y le hizo cariño cerca del ombligo donde se iniciaba ese camino peludo que llega hasta el sexo del hombre.
-Nada, puras hueás no má- y mirándola a los ojos agregó- ¿Vamos?


Él siempre se sintió atraído a Ella. Su cuerpo bien formado, “buen potito y buen par de ellas” como decía un amigo suyo. Su piel morena, su pelo negro ni tan largo ni tan corto, sus ojos negros, sus cejas ordenadas, sus finos labios rosáceos, las pestañas curvadamente largas. Esa faldita un poco más corta de lo permitido, las blusas traslucidas en verano, el buzo de gimnasia ajustado, los abrigos en invierno, todo en Ella para Él era perfecto. Nunca le contó a nadie de su obsesión por Ella, se lo guardó para si, como casi todo lo que pensaba.
La miraba desde la ventana de la clase, en el casino sirviéndose el plato a la hora de almuerzo, escondido entre los libros de la biblioteca. Si Él la veía se quedaba perplejo mirándola y si es que Ella le devolvía la mirada, Él bajaba rápidamente la vista nervioso y se le ponían las mejillas rojas como un tomate.
Idealista, soñador y enamoradizo… conoció unas cuantas mujeres antes en su vida pero sus manos y su cuerpo nunca habían probado todas las bondades que puede ofrecer el cuerpo femenino. Esto lo torturó siempre… hasta esa noche.
Cuando jugaba fútbol en el patio del colegio daba todo de si para cautivarla a Ella que muchas veces se sentó con sus amigas a observar los caóticos partidos del recreo después del almuerzo. Si metía un gol la buscaba entre el público sentado en los pastos y escaleras aledañas a la improvisada cancha. Cuando la lograba encontrar la miraba de reojo y su corazón estallaba de alegría. Escribía de Ella en sus cuadernos, soñaba despierto con Ella antes de dormir y al despertar. Pero nunca le habló… hasta esa noche.

Ella nunca se sintió muy atraída hacía Él. Sus piernas flacas y blancas, su cara de niño, su pelo largo y descuidado. El uniforme viejo y ligero; esos polerones, chalecos, camisas, pantalones grandes, los conocía de memoria pero no le agradaban. En general nada de Él le gustaba… hasta esa noche. Ella sabía que Él la miraba desde que entró al colegio, desde que su rubia cabellera desordenada y su cara de niño inocente puso un pie en el enorme recinto escolar. Sabía que mientras Él leía en la biblioteca con un tercer ojo la observaba a Ella pasar. Sabía que en el fondo siempre le dedicó los goles a Ella. “Me mira todo el rato”. Pensaba cada vez que lo veía apurado correr a la sala después de cada recreo. Ella sabía que tenía cierto poder sobre Él y jugaba con eso. Muchas veces le devolvía las ardientes miradas con una sonrisa y Él se sonrojaba y miraba al piso. “Jamás me hablará, que hueón más tímido” pensaba Ella mientras cuchareaba un flan de caramelo o mordía una manzana en alguna mesa del casino.

En fin, Él estaba vuelto loco por Ella y se torturaba contemplándola todos los días de colegio. Ella hacía como que ni existía este personaje mas siempre supo que Él ahí estaba, observando.


Esa noche comenzó para Él como todas las otras noches de fin de semana. Los amigos de siempre, los vasos largos de vidrio con hielos, las botellas de pisco; el mismo de siempre, las coca-colas, las cajetillas sobre la mesa. Los ceniceros llenos de colillas, los círculos pegotes que dejaban los vasos en la mesa. Los pitos, que salían siempre de a dos, daban la vuelta alrededor de la mesa.
Todos jóvenes llenos de alegría, mayores de edad (algunos) gozaban cada fin de semana con emoción, tal como lo hicieron esa noche.
La polola de alguno apuró el paso con un -¡Ya vamos que es tarde!- y todos los vasos se vaciaron de un golpe, los cigarros al cenicero, uno vaciaba los restos de pisco en la coca-cola que sobraba. Y así, todos los presentes se repartieron en los dos autos que afuera habían dejado estacionados los únicos dos que manejaban. Él subió al auto de uno de sus amigos de copiloto. Éste, borrachamente bajó la ventana, encendió un cigarro, luego las luces, pisó el embriague, puso primera, aceleró y no, no partió el auto. Los tres de atrás estallaron de la risa y le dieron golpecitos de ánimo al ebrio compañero que se dirigió responsablemente a Él diciendo –Maneja vo’ mejor-. Él, que siempre tuvo buena cabeza, aceptó el reto. Tenía dieciocho años y acababa de sacar la licencia de conducir. Sabía que arriesgaba más que una multa por manejar bajo los efectos del alcohol y una que otra cosita en la cabeza, pero en ese momento le pareció buena idea tomar el volante antes que su ebrio amigo. No tuvo ningún problema camino a la fiesta a la que se dirigían. Entraron todos a las casa de Nadie, el gran anfitrión de esa noche.

La fiesta estaba buenísima para todos, menos para Él. Llevaba horas sentado en una silla, en el patio de la casa, acabándose los pocos cigarros que le quedaban y robándole pisco a cierto ingenioso que dejó su botella escondida justo bajo esa silla que Él ocupó, sin hablar con nadie más que con los amigos que pasaban y le conversaban un rato o simplemente lo saludaban.
Ya pensaba irse y “mandar a todos a la mierda” como se dijo a si mismo, pero sucedió lo inesperado. Su amigo, dueño del auto, el que no pudo manejar a la ida, iba de la mano con Ella. Se instalaron en dos sillas cercanas a Él y se pusieron a conversar. El amigo al verlo a Él sentado cerca, dijo en voz alta con una voz pastosa de borracho:
– ¡Oye! Mirra te prresento a mi nueva amiga, salúala, es del colegio po’ hueón va un curso más abajo que nosotrros. ¿Rrica o no?
Ella haciéndose la desentendida señaló -¡Hola! Me llamo…-
-Hola… sí, creo que te conozco, alguna vez te vi en el colegio- dijo después Él- y agregó nervioso- Mi nombre es.... Luego pensó: “Siempre te veo”. Y así se saludaron con el característico beso en la mejilla.
El borrachito amigo de Él, el ex conductor, riendo, dijo después:
-Este hueón es más piola que la mierrda, vive en la luna- Y rieron todos, incluso Él. Ella pensó “Ya lo sé”.
Pasaron así un rato conversando, tomando, fumando, hablando de todo y de nada. Hasta Dios y el diablo fueron nombrados. Y así estuvieron hasta que el amigo ex conductor se puso de pie y tambaleándose se acercó a unas plantas que habían por ahí y vomitó hasta el alma. Luego miró a Ella y a Él y dijo:
–‘Toy bien, no se prreocupen.
Él agitado le dijo a Ella:
-Ya vamos, tengo que llevarlo pa’ su casa, ‘ta muerto este hueón… te llevo pa’ tu casa si queri.
-Ya po’, vamos ¿te ayudo a llevarlo?

Juntos, Ella y Él, llevaron al ex conductor, que apenas podía dar tres pasos seguidos, hacia su auto. Lo acostaron en la parte de atrás y al segundo éste dormía profundamente.
-¿Bueno y a donde vamos? Dijo Él para romper el hielo sin poder creer que Ella se encontraba a su lado.
-Dale no más yo te aviso…- respondió Ella

“Por el semáforo… Sube por ahí… La segunda a la izquierda… Por ahí, sigue no más yo te aviso… Aquí, frena.”

Un mirador a horas de la madrugada; la luna no estaba llena y uno de los cuatro focos que iluminaba el recinto tintineaba cada cierto rato.
-Que linda tu casa- dijo Él irónicamente -¿Queri una chela? Queda una, la vamos a tener que compartir.
Hablaron por horas Ella y Él, de cine, de literatura, de que ambos escribían, de sexo, del colegio, de esta mujer, de este hombre y cuando el tema iba en el profesor de ingles ella dijo:
-¡Ay es un mino!
-Tú más- exclamó Él y se sonrojó.
-¿Qué?- Preguntó Ella desafiante
-Ah es que yo… emmm encuentro, o sea, como todos… que tú…
Interrumpió Ella – ¡Ya! ¡Cállate y dame un beso!

Se cumplió el sueño de Él. Un beso llevo a otro, las lenguas de ambos se acostumbraron la una a la otra. Luego Ella inclinó el asiento hacia atrás chocando los pies del ebrio que todavía dormía en la parte de atrás del auto. Éste ni se inmutó. Él se deslizó hacia el asiento de Ella y la pasión se encendió como pólvora.
La mano que sudaba de Él acarició uno de los senos de Ella. Y Ella paró. Alejó su cara unos centímetros de la de Él y señaló: -Tranquilo…-
Volvieron a besarse. La polera de Él cayó encima de la cara de su amigo borracho que ya roncaba. La ropa de ella se acumulaba en el asiento del piloto junto con lo que quedaba de la de Él.

Él la besó desde la cabeza a los pies, Ella también a Él. No tuvo ningún pudor Él de su desnudez, Ella menos. Los sabores metálicos, los líquidos, todo fluyó armónicamente después de ese caluroso “Tranquilo”.
Terminó Él jadeando, Ella no tanto. Un minuto y algo más fue lo que duró la primera vez para Él. No le contó a Ella que había perdido la virginidad. No fue necesario, Ella lo sabía, o lo supuso. Ella lo besó en la frente cuando todo terminó y Él respondió con uno en ambos ojos. Él volvió al asiento del piloto, movió la acumulación de ropa a un lado y se puso el calzoncillo para ocultar lo que antes no le había dado pudor. Ella desnuda, recostada, relajada en el asiento lo miraba y sonreía. Ella sacó dos cigarros de la cajetilla blanda que se encontraba arrugada entre los zapatos de ambos en el piso de su asiento. Le pasó uno medio doblado a Él y este después caballerosamente encendió los dos con el encendedor del auto, que antes saltó con un click. Él lanzó una bocanada de humo hacia el techo. Ella hizo una argolla y buscó los nerviosos ojos de Él, que miraban como siempre hacia un infinito muy lejano.

Coco, 2010

2 comentarios:

Shantitown dijo...

"Termino el jadeando, ella no tanto" - eres un grande del futbol coco jaja muy bueno tu cuento

Anónimo dijo...

muy lindo che
Bocha.