jueves, 21 de octubre de 2010

Recién impreso

Para ventilar los aires (un rato) de la letra dictatorial de quién suele escribir en este espacio, presento un pequeño cuento, de un pequeño personaje, de una gran personalidad que esperemos sea acorde a su talento narrativo y, a la vez, sea de su agrado estimado lector. Ahora, lo invito a leer:


Recién impreso


Rubén solía levantarse temprano los fines de semana. A eso de las ocho ya estaba en la calle elongando un poco para realizar su habitual trote matutino.
Hoy llego hasta la virgen. -se dijo a si mismo- Si total salí temprano y pa cuando llegue van a estar todos recién despertando.

Así comenzó su recorrido rumbo arriba del Cerro San Cristóbal, entre autos que subían y bajaban y decenas de ciclistas y corredores que disimulaban su edad mediante disfraces ad hoc y posturas pseudo profesionales.

Esta actividad realmente lo revitalizaba. “Nada mejor que escapar de los escritorios y de las tenidas formales exageradas comenzando el fin de semana quemando calorías y botando el estrés acumulado”, decía.

Al llegar frente a la imponente estatua de la (santísima) Virgen María decidió darse un descanso. Tenía buena vista y se encontraba a un par de metros del supuesto mejor vendedor de mote con huesillos de la capital. Mmmm, refrescante, pensó.

Ya con las energías de vuelta decidió emprender el camino de regreso. Cerca de donde se encuentra ubicado el jardín japonés comenzó a escuchar ruidos y sirenas a la distancia.
¿Será un viejo que no se la pudo y terminó con un ataque al corazón? Se preguntó.
Al llegar abajo interrogó a uno de los porteros de la entrada acerca de lo ocurrido, solo para salir de las dudas.
-Un viejo e mierda que parece que empujo a un cabrito chico a la jaula de los leones en el zoológico, le dijo el viejo.
-Pero eso es horrible, dijo Rubén. ¿Sabe la razón?
-Lo que alcancé a escuchar fue que habían realizado un descubrimiento con los osos polares.
-Y eso que tiene que ver, respondió.
-Fue lo que escuché le dijo el portero.

Ya camino a su casa, Rubén solo pensaba en lo torcido que estaba el mundo y en la tontería que había escuchado de la boca del portero.

Al llegar a su propiedad, entró a la cocina, se preparó unas tostadas, tomó el diario y fue a su pieza. Para su sorpresa, ya todos los niños estaban despiertos y acurrucados en su cama peleando por el control remoto del televisor.

-¿Como estuvo el ejercicio?
-Bien, pero la mañana fue bastante extraña.
-Descansa y lee tu diario.
-Con este ruido es imposible.
-¡Niños, cállense!. Dejen a su papá leer el diario tranquilo. ¿Hay alguna noticia que importe mi amor?
-Nada.
-¿Qué pasó con el dinosaurio del Mapocho?
-Se murió parece.

Matías Charlín, 2010

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