miércoles, 13 de agosto de 2008

Alvaro, el escritor

...Otro cuento hecho para el concurso de cuentos del dge (PUC)


Alvaro, el escritor

Por: Álvaro Valenzuela

Tenía los ojos hinchados y rojos de tanto trabajo. Y esto, acompañado de unas ojeras moradas que le llegaban hasta las mejillas. En la mesa había miles de cuadernos amontonados y en desorden, al lado una taza de café vieja y maltrecha, que debe haber sido de la época en que Melquíades llevó el hielo por primera vez a Macondo. También había una maquina de escribir, a la cual le faltaban varias letras que habían sido ingeniosamente reemplazadas por botones. Llevaba días pensando el título para su ensayo, pero ninguno era el correcto. En el suelo, un jardín de bolas de papel arrugadas mostraba el fracaso del gran artista, que yacía inmóvil, en la silla de metal intentando mantenerse despierto.
Así pasó horas, días y meses interminables, bebiendo del infinito y frío café que mágicamente le acompañaba. Su alimento era la frustración de no poder siquiera empezar tan importante trabajo universitario.
En la Biblioteca de Humanidades del, en esos años, famoso campus de San Joaquín, habitaba este extraño hombre de letras, bien conocido por los estudiantes de la universidad. Con el tiempo, su figura creció, a tal punto, que muchos iban a la biblioteca tan solo a verle, incluso algunos se fotografiaban con el frustrado ensayista que poco caso hacía a los curiosos visitantes.

Una tarde de julio, si bien recuerdo, el estropeado Álvaro, como le llamaban algunos al incansable literato, intentó agarrar su taza, pero esta resbaló de sus inútiles dedos y terminó por quebrarse en el blanco jardín de papel que había a su alrededor. El ruido de tal explosión conmocionó a toda la silenciosa biblioteca. Mucha gente se acercó al lugar para ver que había causado tan estrepitoso ruido y otros corrían a contar lo sucedido a los que afuera se encontraban. La calamidad fue tan grande que un mar de gente se agolpaba cerca de la mesa del conocido escritor. Este, con sus brillosos ojos miraba estupefacto a su querida, ya muerta, taza de café. Pasaron varios minutos y los cuchicheos de los curiosos, los flashes de las cámaras y el entrecortado respirar de Álvaro cargaban de suspenso el aire bibliotecario. Todos esperaban ver la reacción del hombre de la silla de metal y esta no llegaba nunca. Hasta que sucedió. El escritor apoyándose en la mesa, trató de pararse. Las flácidas piernas no le respondieron y el hombre se dio de cara contra la empapelada baldosa. Ninguno de sus dientes sobrevivió a tal caída y el piso se tiñó de roja sangre. Los espectadores se abalanzaron sobre el cuerpo, unos para agarrar los dientes o algún recuerdo del mítico personaje y otros para ayudarle. Ni el más doctor, ni la más enfermera de la universidad lo pudo salvar. Y con su cara de no tener la menor idea de que escribir murió.

El cuento de Álvaro el escritor fue conocido en todos los rincones del vasto campus de la Pontificia Universidad Católica. La penosa maquina de escribir fue puesta en un gran estante en la entrada de la Biblioteca de Humanidades. La obra nunca terminada fue enviada al Papa para santificarse y se cree que el cuerpo del misterioso artista está enterrado en algún lugar del patio de la Facultad de Letras. Aunque otros aseguran que fue llevado a un país europeo para ser analizado por famosos científicos. Hasta se pensó un tiempo que no era más que una historia de ficción, inventada por algún desconocido.

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