miércoles, 5 de mayo de 2010

Sub-escritos

A ella nunca le gustó lo que escribía. Ni ese poema que le regalé para nuestro aniversario, uno de esos años añosos, añejos en la memoria. Regálame unos zapatos, un pantalón o cualquier hueá menos estos poemas raros… no los quiero… ¡trabaja! Cagao’ de mierda. Poeta el hueón… levántate de la cama mejor flojo culiao’… poeta, el intelectual… sale a la calle vago de mierda.

Desde que me dejó creo que volví a escribir todas las noches ¿o días? No lo sé. Conocí las noches en su cama, los días caminando por las calles de siempre. Esas de cemento. Esas con ojos y bocas y pelos y vestidos y faldas y pantalones y telas prefabricadas… esas calles con cigarros y colillas y humo y ruedas. A mil pesos café o bebida más sándwich.
Me pregunto… ¿Voy a cumplir 30 años? Por el ano los años decía el gordo del kiosco con su banderín de San Luis de Quillota en el fondo junto a las revistas y los cigarros de todos colores y sabores. Le hago caso y sigo aferrado a este palito de madera rojinegro 2B. Me pregunto; ¿Para que escribir? Dudo que alguien se de la paja de leerme. Igual no dejo de hacerlo. Mejor que acostarme a mirar el techo y el cable cortado... porque ya no me dejan tener ampolleta ni lámpara. Fue difícil juntar tanto cable.

Cansado estoy de rayar papeles con inservibles figuras grises. Le pedí una goma al señor de blanco. Para borrarme los recuerdos. Para sacarme de este planeta blanco rayado y quemar la puta tapa azul del cuaderno. A gomazos, pura fricción. Apagar esta fabrica de redondeadas opacas letras que escribo… cartas para ella, locuras para ti, lamentos para mi.

Cual será el arma que destruya esta condena eterna.
Te cambio Prometeo, tu aquí en esta semioscuridad. En esta silla sin respaldo, en esta mesa de plástico. En este vaso de agua, en tómese la sopita mi niño, en trague la pastillita y le hago nanay mi niñito lindo. En el piso frío donde abro los ojos a veces. En la cama con colchón, sin resortes. Pura pluma, rica la huéa. En la frazada cuadrada con cuadritos cuadrados. Te cambio Prometeo. Tú escribe. Yo aguileo mis entrañas. No quiero escribir más, no quiero recordar más...

“Me voy… no me llames, no me busques, no te quiero volver a ver nunca más. Paola”. Escrito en un papel blanco, debajo de una zanahoria plástica con un imán atrás. Un billete morado se encontraba también bajo el imán.

el kaminaba inkieto alrrededor del lugar un lugar kon unos siyones i kon otras kosas ke no boi a deskribir porke no konosco sus nombres el señor kon sus bestimentas puestas kon ese arbrigo o algo asi le yaman los umanos uno kafe kon kafeses kuadrados otros berdes otros amariyos este umano a salido del lugar ke yaman piesa o piso o departamento i yo en la bentana lo miro salir i buelo a tierra para seguirlo kuando baje

Bajé rápidamente la escalera del departamento. Oiga señor Lara, cuando va a pagar la mensualidad. No hice caso, empujé la puerta de vidrio de la entrada del edificio y metí las manos en los bolsillos de mi abrigo. Un Manuel Rodríguez plastificado roza la carta de ella. ¿Me lo dejaste como mi última mesada?
Con dos lucas compré una petaca de pisco en la botillería cercana (Giancarlo Petaccia como le decía El Brocha, me acuerdo que reí) y unos cigarros blandos de diez.

lo beia kaminando rrapido por las kayes eskibando a otros umanos i kasi pisando a muchas de mis kompañeras una de estas gomas blankas se me pega a la pata pero me libere i pikotie ese pedasito naranjo de sustansia krujiente ke dejo kaer un umano pekeño de un enboltorio metaliko plastiko briyante i despues rasone (a beces me pasa i eskribo) i kontinue siguiendo al umano del departamento a paso firme bolando de aki para aya.

Llegué a ese café, El Observatorio, donde a veces veía reír a los gringos sentados en las mesas con sus humeantes capuchinos cremosos y a las parejas felices tomadas de las manos y a los peatones apretados afuera, con las manos en los bolsillos y a los autos por el cemento tan fino, de esa calle tan intelectual, tan snob de mi ciudad, tan ciudad. El café quedaba justo en el primer piso del edificio donde alguna vez trabajé. Una paloma de esas con el pecho bien parado me miró muy raro a los ojos. Me dio miedo e ingresé al lugar. Entré con el cigarro prendido a la zona No Fumadores y lo boté apresurado al suelo para que no me reten los mozos. Después pisé la colilla. Miré para adentro del lugar donde si se podía fumar y había un grupo grande de jovencitas y jovencitos sentaditos en unas cuatro mesas todos con sus bebiditas sus cafecitos sus sonrisas sus conversaciones chiquititas. Hasta la música era chiquitita bajita. Humito en el aire. Subí seguro con mi petaca en el bolsillo del abrigo al segundo piso. Miré una exposición de cuadros que había por un segundo y vi uno de Matta. Que suerte la mía, pensé. No, era un tal Bullemore creo. Seguí subiendo, hasta el tercer piso, a la que fue mi oficina ahora abandonada. Quizá alguien la usaba, no me importó… no había nadie más que yo y un escritorio con su respectiva silla y unos papeles y un computador y carpetas… y mi cuaderno azul y mi lápiz 2B y mi Giancarlo Petaccia y mis cigarros aplastados. A escribir me dije.

bole rrapido para alcanzar al señor de la piesa yegue a un lugar grande un edifisio komo le disen los umanos el señor me miro fijamente antes de entrar al lugar se después se kedo un rrato parado mui rraro tirando umo de ai subio por esas eskaleras tan grandes ke los umanos les gusta tanto konstruir despues yo bole a un piso alto i me kede en una bentana ai lo vi sentado en esa kosa ke se yama siya kon un palito en la mano de bes en kuando tomaba de una aguita i echaba umo por la boka i lo mire mucho mucho rrato despues yego un señor bestido komo muchos umanos se bisten en las mañanas kon esas telas en el kueyo y chaketa komo kreo se yaman esas rropas i el señor sentado el de la piesa lo miro rraro algo le dijo el señor de chaketa i el del departamento le rrespondio i se paro kon su palito i se lo klabo en el ojo mui fuerte i despues se lo klabo en la guata i en la kara i en muchas partes despues me bio a mi ke lo miraba i me miro a mis ojos mucho rrato i yo lo mire a el
despues me lanso el palito i choko en eso ke los umanos yaman bidrio
bole lejos me dio miedo esos umanos salbajes pense

El oficinista sangraba en el suelo mientras yo escribía y bebía de mi Giancarlo Petaccia y fumaba de mis cigarros aplastados. Recuerdo los gritos de mujeres, cuando llegan los carabineros. Asesino me dijeron. Loco me dijeron. Alegaremos demencia señor Lara le juro que a la cárcel no lo meten… fue el Manicomio, cadena perpetua. Me dejaron quedarme con mi cuaderno azul y mi lápiz 2B rojinegro con la puntita plana eso si, para que no me haga ningún daño. ¿Y tú Paola?
Saludos.


Lázaro Valle Uneva, 2010.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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